No soy fanática de nada en especial, no tengo ídolos.
Nunca he hecho horas de cola por un concierto, y menos pintarme sus nombres en la cara....
Pero tengo pequeños enamoramientos hacia genios.
Son enamoramientos de esos que no sabes que te estás enamorando. Que vas viviendo la relación de a poco. No te incomoda en absoluto, te hace pensar, evadirte, te roba sonrisas y te enriquece la cabecita al visualizar sus palabras en el aire.
Creo que la primera vez que le escuché intensamente fue en mi tierra natal, Pucela, en casa de mi hermana recién independizada. Creo recordar que le habían regalado el cd, y como si no tuviésemos ninguno más, sonaba una y otra vez sin desgarro alguno de sus cuerdas vocales.
Los años pasan, sí señor. Para mí, y también para este gran genio.
Pude disfrutarle allá por el 2004 en el Palacio de los Deportes con su "hermano" Serrat.
Sí, hablamos de Sabina. Joaquín Sabina. Poco puedo decir que no quede pobre frente a las grandes descripciones que se le han hecho. Pero sí digo que desde que salí de casa para "encontrarme" con él, los nervios crecían a cada paso.
Pensar que un grande como él dos días antes, en el mismo lugar, frente a miles de personas había sufrido pánico escénico no estaba dentro de mi comprensión.
Y ahí estaba él, con su traje verde, su bombín (como cientos de seguidores en el público) y una sonrisa indescriptible. Las lágrimas se me saltaron como si en ese momento me hubiese venido todo el fanatismo que nunca he desarrollado por nadie. Como si viese a un familiar que se ha recuperado frente a mis ojos. Le miraba como si me conociera, cuando ni si quiera estaba lo suficientemente cerca como para verme. A mí. Ya ves tú. Cosas de la imaginación.
Fue un concierto donde todo el mundo puso el alma. Donde a todos nos palpitaba el corazón por saber que este gran artista había tambaleado dos días atrás. Por darnos cuenta de que la vida es un suspiro. Pero sobre todo, como bien dijo Sabina en la introducción con aire de comicidad: "No hay mal que por bien no venga".
Jugó con las palabras, con esa forma poética de hablar, bailó con cada uno de sus grandes músicos. Coqueteó como sólo él sabe con su corista. De voz espectacular y gran estilo, por cierto.
Nombró a su Serrat, a sus grandes amigos Victor Manuel y Ana Belén, y supo decir que también de los más jóvenes uno aprende. Mentando así al fantástico Jorge Drexler.
Todo con expresión continua de agradecimiento por tanto apoyo recibido desde el anterior concierto. Todo con una mirada enternecedora, como del que acaba de ser abuelo. Como si te naciera un nuevo instinto. Y tu fragilidad ante las cosas estuviese más presente.
Nombró Madrid con un tesón que temblaban las calles. Brindó con un chupito que tanto le pide la voz para seguir en la misma tesitura. Esa que nos atrapa. Que nos hace sentirle en el salón de nuestra casa y con la que te entran ganas de prepararle un buen whisky. Que tanto le gusta.
Gracias Sabina por tener esa fuerza para darnos lo que todos queríamos. Verte encima del escenario con tantísima pasión. Con un ego invisible. Y con unas letras, que sólo tú puedes hacer que soñemos con ellas, cantándolas hasta quedarnos sin aire.
Por Madrid, por ese gran concierto, y por tí.
Grande Sabina.
Gracias....
Y con este gran concierto, con esta buenísima sensación...
Hasta el próximo, hasta pronto....;)
Con Amor Sabinero,
Diana.
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